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Benedicto XVI tras su elección en el año 2005. |
La elección de un Papa es uno de los rituales más antiguos y solemnes del mundo. El humo blanco, la famosa frase Habemus Papam y el encierro de los cardenales en la Capilla Sixtina conforman una liturgia que mezcla espiritualidad, tradición y secreto. Pero, ¿cuándo y por qué surgió el cónclave? La historia detrás de esta práctica es más política —y curiosa— de lo que parece.
UNA ELECCIÓN QUE DURÓ CASI TRES AÑOS
El cónclave nació por necesidad tras un auténtico atasco político. En 1268, tras la muerte del Papa Clemente IV, los cardenales se reunieron en Viterbo para elegir a su sucesor. Lo que debía durar días se convirtió en una pesadilla diplomática de 33 meses. Las divisiones internas entre cardenales franceses e italianos hicieron imposible llegar a un acuerdo.
La población local, desesperada por la prolongada indecisión, tomó medidas drásticas: encerraron a los cardenales, limitaron su alimentación y, en un gesto simbólico, les quitaron el techo del palacio donde deliberaban, dejando que la intemperie los presionara. Finalmente, los purpurados eligieron a Teobaldo Visconti, un cardenal que ni siquiera estaba presente y que se convirtió en el Papa Gregorio X.
GREGORIO X IMPONE ORDEN: NACE EL CÓNCLAVE
El nuevo Papa, que conocía de primera mano el caos electoral, reaccionó con firmeza. En el Segundo Concilio de Lyon (1274), promulgó la constitución apostólica Ubi periculum, que establecía las reglas fundamentales del cónclave: aislamiento obligatorio, prohibición de comunicación externa y condiciones de vida cada vez más estrictas si la elección se demoraba.
Estas medidas no sólo buscaban eficiencia, sino también evitar presiones políticas externas. El objetivo era claro: que el Espíritu Santo, y no los reinos o las familias nobles, guiara la decisión.
ANTES DEL CÓNCLAVE: PAPAS POR ACLAMACIÓN, EMPERADORES Y NOBLES
Durante los primeros siglos del cristianismo, el Papa era elegido por una combinación del clero de Roma y el pueblo, muchas veces por aclamación espontánea. Pero con el tiempo, el poder secular comenzó a meter mano. Emperadores romanos, bizantinos y más tarde los reyes europeos trataron de influir —o directamente imponer— a sus candidatos.
En el siglo X, conocido como la "Edad Oscura del Papado", familias nobles romanas como los Crescencios o los Túsculos dominaron el proceso, a menudo eligiendo Papas títeres. No fue hasta 1059, bajo el pontificado del Papa Nicolás II, cuando se dio un paso importante hacia la independencia del papado: sólo los cardenales —en especial los cardenales obispos— tendrían derecho a voto.
Hoy, el cónclave se celebra en la Capilla Sixtina, bajo frescos de Miguel Ángel que recuerdan el Juicio Final, como una forma de recordar a los cardenales la trascendencia de su decisión. Participan sólo cardenales menores de 80 años y la votación requiere una mayoría cualificada de dos tercios. Nadie puede tener móviles ni contacto exterior. De hecho, los cardenales juran guardar secreto absoluto.
El proceso culmina con la famosa fumata blanca si hay elección, o fumata negra si no la hay. En una era de transparencia y filtraciones, el cónclave sigue siendo uno de los pocos eventos globales donde el misterio se mantiene intacto.
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El cónclave más corto de la historia duró solo unas horas (1503).
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El más largo después del de Viterbo fue el de 1314–1316, y se celebró… ¡en Francia!
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En el cónclave de 1903, el emperador de Austria intentó vetar al candidato que luego sería elegido como Papa Pío X. Fue la última vez que se usó el derecho de veto laico, que desde entonces está prohibido.
El cónclave es mucho más que un encierro ritual: es el reflejo de siglos de historia, luchas por la independencia de la Iglesia y el intento de que, en tiempos convulsos, la elección del sucesor de Pedro sea guiada por la fe… y no por la política.